Cogito ergo sum. (René Descartes)

Por Carlos Francisco Ortiz


¿Cómo un masón se piensa a sí mismo y piensa al universo, particularmente, cuando observa que la humanidad se enfrenta a un virus como el SARS-CoV-2 que causa la enfermedad llamada coronavirus  COVID-19, que pone, eventualmente, en riesgo la vida y la existencia humana?

Ante una humanidad que requiere de resultados concretos y eficaces para enfrentar el SARS-CoV-2, ¿cómo podemos llegar a entender el pensamiento dogmático ante el pensamiento lógico y racional en cuanto a su aporte en la búsqueda del conocimiento que nos permita resolver la actual pandemia?

La racionalidad y el pensamiento caracterizan al ser humano.

Pensemos:

Primero fue el dogma, luego la razón. El pensamiento dogmático fue primero, puesto que nace y obedece de la ley del menor esfuerzo, presentándose como una forma de entender al mundo natural. Luego nace el logos, el pensamiento inteligente con sentido, que busca entender al mundo natural mediante la razón y explicarlo a través de la palabra.

De esta forma surgen un pensamiento dogmático y un pensamiento racional y, tanto el uno como el otro, tienen consciencia de sí mismos y de su capacidad de vincularse simbólicamente con el universo. Por ello, existe una razón dogmática, que está fundada en la especulación de un imaginario —individual o colectivo—, y una razón adogmática fundada en la certeza de los hechos y de la lógica.

«En el imaginario de la razón dogmática se encuentra la religión como una gran cosmovisión que representa aquel conjunto de creencias de carácter indiscutible»

En el imaginario de la razón dogmática se encuentra la religión como una gran cosmovisión que representa aquel conjunto de creencias de carácter indiscutible, tenidas por ciertas como principios innegables y obligados para sus seguidores; nace así, la ignorancia, que intenta ser salvada por la esperanza de la fe y por el temor al castigo Divino.

La ignorancia es el peor de todos los males al decir de Platón. De la ignorancia derivan todos los males y del conocimiento todos los bienes. Platón aconseja a los seres humanos a preocuparse en ser ricos en virtud – conocimiento -. La fe, sin duda respetable, no salva de la ignorancia, pues las leyes de la naturaleza son amorales y regidas por la causalidad.

En los relatos mitológicos y en la literatura bíblica, la metáfora nos enseña que la Deidad procura que el hombre desarrolle su existencia en la ignorancia. El relato bíblico del Génesis señala: «pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:17).

El Titán Prometeo, quién robó el fuego de los dioses para entregar la luz a los hombres, sufrió el castigo de Zeus, y fue llevado al Cáucaso donde fue encadenado para que un águila le comiera el hígado y, siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecer cada noche y el águila volvía a comérselo cada día.

El ser humano se enfrenta a retos y preguntas.

El ángel de luz fue condenado al lago de fuego y azufre por sacar luz de la oscuridad, por obtener sabiduría rompiendo la ignorancia infinita, por despertar consciencia de lo inconsciente.

Si la ignorancia del pensamiento dogmático sobre la Deidad es sometida al juicio de la razón, no salva con éxito el examen de la lógica de la paradoja de Epicuro, puesto que los atributos de la Deidad – creados por el hombre –  tales como su omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y omnibenevolencia, no resuelven el problema del mal en el mundo. ¿Entonces, por qué llamarle Dios?

Si la apuesta de Pascal en su argumento plantea que, ante la probabilidad de la existencia de Dios, lo racional es apostar que sí existe para así obtener como recompensa la gran ganancia de la gloria eterna, no es absurdo trocar la luz de la razón por el oscurantismo y la ignorancia, para así vivir con la esperanza de un supuesto que está basado en el azar. Ante la falta de evidencias y certezas, lo real es que el hombre ha creado a Dios a su imagen y semejanza, buscando una salvación y una seguridad existencial que le permita darle significado al sufrimiento y a la miseria humana, buscando justificar su falta de coraje para asumir su condición y naturaleza animal.

«El pensamiento adogmático es el gran logro en la evolución de la mente humana, es el que permite distinguir entre la luz y la oscuridad»

En el pensamiento de la razón adogmática se encuentran la filosofía y la ciencia como grandes cosmovisiones que han llevado a la razón humana al límite de sus posibilidades críticas; nace así, la realidad. La naturaleza es lo real; sus leyes obedecen a principios demostrables por el método empírico-analítico y el homo sapiens, cuya realidad sobre su naturaleza existe en la dialéctica homo sapiens-demens, magistralmente ilustrada por el antropólogo Edgar Morin, tiene existencia real —no existencia posible— en su cultura.

La dialéctica dogma-ignorancia, no obedece a razones socioculturales —educación— o socioeconómicas —riquezas—, es un diálogo que se da en función del nivel de consciencia de cada homo sapiens-demens. El nivel de consciencia es al pensamiento adogmático, lo que la ignorancia es al pensamiento dogmático, conditio sine qua non, para la evolución de la especie humana.

Teísmo y ateísmo, en su aparente antagonismo, son y forman parte de la búsqueda incansable de la razón humana por alcanzar la verdad, aquellas verdades conscientes que va construyendo, tanto con sus ideofacturas como con sus manufacturas, la especie humana en su anhelo por conocerse a sí misma, anhelo que muchas veces le ha llevado al extremo del delirio, o como diría Richard Dawkins, al «espejismo de Dios».

El pensamiento dogmático tiene sus raíces en el miedo, al decir del filósofo Bertrand Russell, el miedo es la base de todo, el miedo es el padre de la crueldad y, por tanto, no es de extrañar que la crueldad y la religión vayan de la mano. A contrario sensu, el pensamiento adogmático nace del coraje por conquistar al mundo mediante la inteligencia; es una rebelión contra la moral de Tartufo, en la cual, como señala José Ingenieros, «la hipocresía es el arte de amordazar la dignidad; […] es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira…».

El pensamiento adogmático es el gran logro en la evolución de la mente humana, es el que permite distinguir entre la luz y la oscuridad, entre el conocimiento y la ignorancia, entre la verdad y el error; es el que valora la vida, construye un mundo y se vincula simbólicamente con el universo desde este lado de la muerte: citerior. Así pues, reflexionando sobre el dogma y la razón, se puede decir, por ejemplo, que ante las grandes pandemias, catástrofes y calamidades que han azotado a la humanidad a través del curso de su historia, lo cierto es que el dogma no crea ciencia ni bienestar social, ni mucho menos crecimiento y desarrollo para la humanidad. La realidad del mundo está en los «hechos» y no en un oscurantismo inquisitivo llamado «dogma» que busca afanosamente decapitar a la razón.

La evolución es generar y ampliar consciencia, de tal modo que la evolución gradual y progresiva de las partes, es la evolución del todo, de lo contrario, no tendría sentido la existencia del universo y de la humanidad.

Notas:

Acuña, R. (2018). La Paradoja de Epicuro. Wall Street International. Junio, 28.
Dawkins, R. (2012). El espejismo de Dios. España: Editorial Espasa.
Fernández, G. (2019). La Apuesta de Pascal. Revista Libertalia. Abril, 5.
Ingenieros, J. (2013). El Hombre Mediocre. FV Éditions.
Russell, B. (s/f). Por qué no soy cristiano. Biblioteca Omegalfa.
Solana, J. L. (1996). Bioculturalidad y «homo demens». Gazeta deAntropología.
Webdianoia. Teoría del conocimiento de Platón.