Sobre la Pluma Afilada
La masonería no tuvo en la España del siglo XVIII existencia orgánica.1 La primera logia fue fundada en 1728 en Madrid por seis ingleses que se acogieron al patrocinio del duque de Wharton y fue conocida con el nombre de «La Matritense». Estaba adscrita a la Gran Logia de Inglaterra,2 en cuyas listas apareció hasta 1768, aunque la última noticia de ella fue de solo una año posterior al de su creación.
Las escasas logias que se fundaron, sobre todo por comerciantes y militares extranjeros al servicio del rey de España, tuvieron una vida breve y precaria debido a que la Inquisición española se ocupó muy pronto de perseguirlas, haciendo cumplir las bulas papales y el decreto de Fernando VI de 2 de julio de 1751 que prohibían la masonería —por ejemplo, la logia fundada en Barcelona en 1748 por un militar que se había iniciado en Niza fue denunciada a la Inquisición solo dos años después y desmantelada; se reorganizó en 1776, pero de nuevo la Inquisición acabó con ella y detuvo a todos sus dirigentes—.
Un año después de la promulgación de la Real Cédula de Fernando VI de 1751 que prohibía la masonería, el padre franciscano José Torrubia publicó Centinela contra francmasones, una recopilación de textos antimasones extranjeros. El masón quedó así anatemizado y asociado con términos como “hereje”, “judío”, “ateísta”, “jansenista”, “maniqueo”, etc.
El frecuente uso de estos vocablos para referirse a los masones es lo que explica que hasta 1843 no apareciera el término francmasonería en el Diccionario de la Real Academia Española, que la definía de forma bastante imprecisa: “asociación clandestina, en que se usan varios símbolos tomados de la albañilería, como escuadras, niveles, etc.”.
En la segunda mitad del siglo se habría fundado la Gran Logia por el conde de Aranda, que a partir de 1780 habría pasado a denominarse Gran Oriente de España y que dependería ideológicamente de los grupos masónicos franceses. En 1800, bajo la dirección del sucesor de Aranda, el conde de Montijo, el Gran Oriente integraría unas 400 logias. Su mera existencia, envuelta en contradicciones en 1789 no había un conde de Montijo para suceder a Aranda y no lo hubo hasta 1808 es harto discutible, fruto, según Ferrer Benimeli, de un tiempo en que la historiografía masónica «fabricó» una historia manipulada y legendaria de la masonería a fin de dotarla de antigüedad y prestigio.
La masonería española obediencial nace en 1809 del impulso de la logia de San José (en honor del rey José I) con el nombre de Gran Logia Nacional de España (GLNE). Formaron parte de ella la logia Beneficencia de Josefina, la Santa Julia, Los Filadelfos, Estrella de Napoleón, Napoleón el Grande y La Edad de Oro, todas ellas radicadas en Madrid. Permaneció activa entre 1809 y 1812. La GLNE fue la primera obediencia masónica española, además una organización legal y sus miembros pudieron reunirse y trabajar en libertad. La GLNE fue una masonería de afinidad francesa (vinculada con la administración de José I, que figuró como Gran Maestre) pero netamente española.